ANESTESIA Por Luz Marina Mancipe

 I

Nuevo día con expectativas y preparación previa; preguntas sin respuestas, inquietudes, incertidumbre, algo de nerviosismo y ansiedad.

Llego a la clínica, sitio frío y devorador; en la calle, lluvia; tal vez más cálido que al interior de aquel blanco lugar. Personas recibiendo documentos en la admisión; filas largas, pero silencio absoluto. Siento que voy como res al matadero, ¡qué horror!

--“Siga y retírese toda la ropa. Colóquese esto; ya vengo por usted”--

Quedo sola en un cuarto muy pequeño. Apenas puedo moverme. ¿Por dónde empiezo? El piso está muy helado. Tal vez sea lo último que me retire…mi calzado. Totalmente desnuda, procedo a colocarme la bata de tela, cofia y zapatones del mismo material. Envuelvo mi ropa en una maleta y la dejo en el casillero; me siento, miro alrededor y me pregunto ¿esto es un confinamiento? ¡no se puede respirar…! no me parece que sea un ambiente apropiado para calmar a un paciente antes de una operación… falta ventilación, una silla agradable para relajarse y algo mejor que paredes y una puerta que mirar.

Reviso mis pies y veo que los zapatones son muy grandes. Parezco un pato… ¿y ahora cómo voy a caminar?

El caucho de la cofia me aprieta, se baja y me tapa los ojos; nada ergonómico, ni siquiera con tallaje adecuado; ¡pobres pacientes! pienso en las mujeres más pequeñas o de talla grande; me las imagino y sonrío sola porque pienso que esto es un show. ¿será que cada mujer en su cubículo pensará lo mismo que yo?

Llega la enfermera con su cara dura y me ordena salir. Veo que van desfilando tres más, como yo, en silencio, muy despacio, como autómatas y tal vez, pensando igual.

II

En la sala de cirugía hay cuatro camillas, iluminadas por enormes lámparas redondas y personal uniformado, sentado como en sala de visitas, riendo y hablando, con sus manos abiertas, levantadas a la altura del pecho, protegidas por guantes de hule blanco.

Cada una de nosotras se acuesta y recibe su dosis personal, sin pronunciar palabra y entonces… empieza el viaje.

III

Siento que suben mis piernas, inclinando la camilla hacia atrás. Mi cabeza debe estar contra el piso porque un frío intenso me congela el cerebro. De pronto, escucho risas y personas que hablan. Sin saber cómo, estoy en una montaña rusa, viajando a gran velocidad; subo y bajo sin cesar. Al llegar arriba, sin dar tiempo caigo en picada para que la gravedad me deje nuevamente en la cima de la montaña y volverme a descolgar.

Estoy cansada y deseosa de agarrarme fuerte a algo para que no me sigan lanzando en contra de mi voluntad. Siento que el corazón se me va a salir…, no puedo más.

Luego, todo es silencio y oscuridad. ¿qué pasa? ¿dónde estoy? ¿sigo viva? ¿he muerto? y ¿ahora?

No veo nada, no siento nada, no oigo nada. He entrado en un hoyo negro y profundo. Esto no es el túnel…no veo la luz al final.

Bueno…mejor me entrego, ya nada puedo hacer; mejor cierro los ojos y nada más.

IV

--“Señora, señora…abra los ojos. Dígame su nombre y su edad”--

Apenas puedo mover los labios. Me pesa la lengua, no controlo mis músculos ni mi ánimo. Quiero seguir durmiendo, no me molesten por favor. Me niego a seguir hablando con quien sea que me esté haciendo preguntas.

V

Algo sacude fuertemente la superficie sobre la cual yace mi cuerpo. ¡qué gran dolor de cabeza! ¡Necesito agua, agua por favor!

VI

Despierto y me veo en una sala enorme, con camillas ocupadas por mujeres que se quejan de dolor. No sé cuántas son, tal vez treinta o cuarenta…

Siento el aroma en el aire, a hospital, sangre, oxígeno, medicamentos y alcohol. Siento náuseas, me quiero levantar. “Señorita, sáqueme de aquí por favor, afuera alguien me espera; me quiero recuperar, pero en medio de estas mujeres que sienten, se duelen, se lamentan, no quiero ser una más.

Lumana

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