Mitriguesí por José Luis González

 

 Mitriguesí

I
Los Mitriguesí nunca mueren y, por eso, no puedo empezar este delicioso cuento diciendo, por ejemplo: “Había una vez…” o, “Hace mucho tiempo un Mitriguesí…”. No, los Mitriguesí no mueren y, por eso poseen una extraña sabiduría: aquella que ya no quiere saber y que es el camino de regreso de todo aquel que supo mucho. Ellos son maestros en olvidar. Y, como no les preocupa la muerte, tampoco manifiestan grandes conflictos con la vida.

Parecen, a distancia, unos niños mitómanos; pero, a diferencia de los grandes mentirosos, ellos han vivido más y muchas veces lo que relatan. Sin embargo, no manifiestan ninguna seguridad racional en las cosas; su seguridad se volvió instintiva y su razón descomplicada, de tal manera que siempre esperan lo inusual, lo improbable y, principalmente, que las cosas ocurran sin razón.

Sorprendentemente, esto no siempre origina su extraño comportamiento.

A los Mitriguesí no se los puede herir, pues se recomponen tan rápido como el agua: con algo de angustia, pero sin dolor; y así, como el agua, son sus pensamientos.

Digo esto, y no espero que me crean, porque si, a menudo no se entiende nada de lo que dicen, existe una cierta “franqueza inalienable” en la expresión de su rostro.

Su arte consiste en vivir de ti, sin exigir. Toman el alimento de nuestra mesa con una alegría y gratitud, un tanto sospechosas, pero éste no es su único ni su principal alimento: ellos se alimentan de nuestras emociones, de nuestras expresiones, de nuestras reacciones humanas normales. A veces le basta con una conversación prolongada, una carcajada o incluso el enojo y tus exclamaciones, para sostenerse. Si esto sucede, es decir, cuando han provocado alguna de estas “descargas” emocionales en ti, es posible que tú te sientas un poco despojado, un tanto invadido, desocupado, vacío, utilizado… Pero sólo hasta que tú comprendes bien cómo es un Mitriguesí.


II

Son escasos y raros. Si alguna vez, por casualidad, se encuentran dos Mitriguesí, sucede algo extraordinario: o se vuelven amigos inseparables y empieza a suceder aquel fenómeno extraordinario de su integración; o sienten, mutua e instantáneamente, una especie de repulsión que los obliga a separarse inmediatamente, abandonando el lugar, es decir, la región, el país o el continente, para jamás volverse a encontrar.

La integración es aquel fenómeno que consiste en que todo el día se los ve conversar alegremente, inseparables, hasta que terminan por juntar dos manos, que se vuelven una sola, y, progresivamente, hacen lo mismo con el resto de sus cuerpos. Entonces, sería teóricamente posible ver a un Mitriguesí con dos cabezas, cosa espantosa, pero absolutamente pasajera. Es la parte final del proceso.

Cuando una desgracia natural, como un terremoto o un ser malvado, partió en dos un Mitriguesí y separó por algún tiempo sus partes, empiezan a existir dos Mitriguesí independientes.


III

Un día pregunté por casualidad a un Mitriguesí, de dónde provenía su nombre, a lo cual me respondió que podría yo escoger entre varias opciones; por ejemplo: etimológicamente, es la unión de estas palabras: Mitad – rigurosa - es – sí: Mit-rigu-es-sí; porque expresa cabal-mente su manera de ver la realidad, la unión de sus opuestos, el riguroso término medio. Luego me habló también de otras opciones relacionadas vanidosamente con antiguas mitologías, con seres fantásticos o castas nobles y ancestros famosos; pero la que recuerdo con más cariño es ésta, que dice que “Mitriguesí” es la exclamación de una niña enamorada, muy pequeña, que no podía aún pronunciar bien la palabra “tigre” y que gritó al verlo: “¡Mi Trigue, sí!”.


IV

Los Mitriguesí son grandes imitadores, hacen todo lo que ven hacer a los humanos, pero no como los niños, por gozar o saber o aprender; sino que imitan la actitud interna del humano frente algún
fenómeno, un paisaje, una emoción, una idea… Entonces, si ves un Mitriguesí leyendo el periódico (cuando escribí esta historia, era común que los señores leyeran todos los días el periódico y compraran suscripciones anuales), deberías entender que el Mitriguesí no lee por enterarse de las noticias; en su saber, casi infinito, pero no explícito, sólo casi olvidado; esto poco o nada le interesa; lo que están haciendo es sentir cómo se pensó la noticia, la emoción que tuvo quien la escribió, o, quizás, cómo estuvo viviendo la tal noticia la persona a quien estaban observando leer la misma. Una leve sonrisa, un alzar los ojos de asombro, un suspiro, un desahogo, les es suficiente… ya saben, ellos viven de nuestras emociones.
De alguna manera, el humano es su vocación, su alimento o su placer; quizás por eso se nos parecen tanto y podemos estar en presencia de un Mitriguesí sin saber que lo es… Aquel quizás tiene un poco de hambre y nos va a hacer reír o llorar.


V

Los Mitriguesí tienen diversos tamaños, o mejor, generalmente tienen una estatura una y media veces la de un hombre normal; pero pueden disminuir rápidamente su tamaño hasta igualarse a la altura de un humano cualquiera, cuando presienten su presencia o anticipan su contacto. Tienen un don especial para esto, de tal manera que casi nunca son sorprendidos en su tamaño real. Es algo casi automático, su evolución hizo obligatoria su mímesis.

De esta manera, los Mitriguesí sienten el mundo humano como aquellas ciudadelas hechas para los niños pequeños, algo así como dentro de casitas de juguete.

También, lógicamente, se sienten como un adulto cuando se quiere sentir niño. Esta es su manera de sentir más corriente.

La razón de su estatura es que el corazón no les cabe en el pecho, literalmente. Son glotones y comen emociones, entonces es lógico que engorden por el corazón y no por el estómago.

Sin embargo, es posible y puede suceder que se distraigan demasiado y sean cogidos “in fraganti”: grandes y gordos. Entonces apelan a su ingenio, utilizan el sesgo, las leyes de la perspectiva, el cambio de sombras, etc.; y te embaucan con ideas flotantes, espejos, vidrios baratos, el viento, en fin, cualquier cosa que te explique tu engaño y tu confusión. Al final son tan hábiles que tú, de manera muy divertida, pensarás que fue un espejismo, una alucinación pasajera, un producto de tu imaginación o un momento de confusión.
Algunos Mitriguesí, aún con todo su esfuerzo, no logran reducirse a escala humana por completo y aparecen un poco más corpulentos que el resto de la humanidad.


VI

Me han preguntado si los Mitriguesí tienen defectos. He dicho que claro, como todos en esta vida. Pero, por otro lado, ¿qué defecto puede tener un niño sabio?, porque es eso lo que son. Para los que han vivido y saben olvidar, ésta es su más preciosa cualidad. Pero, ¿acaso no es ésta la única posibilidad para poder vivir eternamente?

Olvidar es sencillo para el Mitriguesí, está en su naturaleza, es como formatear un disco duro… aunque no es tan así. La sensación de lo vivido permanece siempre en ellos, como un mapa recorrido, como algo que se lleva en las venas. No necesitan pensar mucho las cosas, ya saben, por instinto cómo son. Olvidar, pero aun así tener la sensación de haber vivido, aunque no se sabe cómo, es el secreto de su felicidad. Por eso, cuando cogen un libro, saben exactamente lo que va a pasar entre sus páginas, basta con leer un poco, quizás sus primeros capítulos. En ese momento ya saben el alma de su autor y sonríen.

Pero me han preguntado sobre sus defectos o, mejor, su gran defecto, y es este: carecen de estrategia. Quizás no la necesitan o creen que no la necesitan; esto, de cierta manera podría ser una cualidad. Sin embargo, en el mundo de los humanos, esto es insostenible. La madurez implica tomar partido, crear o asumir una estrategia. Para heredar estrategias existe, en el fondo la educación. Ustedes saben que no se puede vivir sin estrategia, y saben también que éstas son falsas, que son poses de grupo, secretos establecidos para vencer, ya sea en un deporte o en la guerra (que son lo mismo) o en la vida cotidiana, para sobrevivir. Un Mitriguesí no las soporta y por eso son acallados dentro de un grupo. Normalmente se les prohíbe hablar, para que no delaten la estrategia. Es decir, no son bienvenidos en los grupos, tan solo son soportados.

Pero, ¿quién dijo que necesitaban de un grupo? Están muy bien solitos. Aman la soledad. ¿Recuerdan esta frase: “Sed como niños”? Pues es la exigencia del Alma Hermosa de que debemos ser un poco Mitriguesís. Pero ellos han logrado maneras preciosas de decir la verdad; por eso aman apasionadamente el arte y sonríen ante el alma del artista cuando éste logra decir lo imposible, lo que todos sabemos y callamos.


VII

Me preguntan ¿por qué los Mitriguesí no mueren? Y yo explico que es porque sería muy triste que murieran, que muriera aquel que no puede defenderse, que no puede ocultar nada, decir una mentira, dejar de ayudar. Pues los Mitriguesí no pueden dejar de comprometerse en cada situación. Son así y prefieren estar entre niños, sobre todo entre los más chiquitos, con ellos se sienten seguros y pueden fácilmente disfrazar su tamaño, es decir, pueden mostrarse ante ellos con su tamaño natural.

Además, ¿cómo le explicarías a un niño su muerte, es decir, el porqué de su muerte?
Para acabar con los Mitriguesí, habría que reunirlos en un solo lugar de donde no puedan salir, como en una isla perdida en el Pacífico, a miles de millas de la costa; el tiempo suficiente para que se amen (sobre todo los irreconciliables) y esperar a que se unan poco a poco en uno solo… ¡y ya!, se lo deja “sólo” al único Mitriguesí en esa isla desierta.

Hay Mitriguesís soportando largas condenas relacionadas con motivos políticos, en lugares secretos.



VIII

Los Mitriguesí no se desplazan, no les gusta los paseos, ustedes ya entienden por qué: ¡ellos han estado en tantas partes…! Prefieren siempre su paisaje, el paisaje de su ventana y su jardín. Los aman con pasión. Creen o saben que hay tanto que ver desde la una, tanto que saber dentro del otro, que, sienten que perderían mucho tiempo empezando a mirar para otro lado, o yéndose a investigar otro jardín. Ellos prefieren estar en el fondo de las cosas y no en su superficie. Los Mitriguesí viajan indefectible-mente hacia adentro, por eso son amantes de sus binoculares, sus catalejos, las enciclopedias, los telescopios y también de las lupas y microscopios naturales, aquellos que inventó Anton van Leeuwenhoek; es decir, fabrican microscopios portátiles, los cargan en su cintura o en un pequeño canguro. También aman las navajas suizas, pues adoran arreglar casi cualquier cosa en cualquier casa ajena, o inmersos en cualquier vendaval.


…son amantes de sus binoculares… y también de las lupas y microscopios naturales

Por ejemplo, aquella tarde de sol, el Mitriguesí sólo tuvo que tomar la lupa de su navaja, que es de las más potentes y, en la pequeña ramita de su jardín, descubrió un bosque, un lago, rodeado de flores diminutas e increíbles, vegetaciones sorprendentes y exuberantes, digamos, imposibles. Luego se hizo amigo del animalito más diminuto que encontró y que no alcanzaba a ser un ácaro, que corría como loco por su mano, por la manga de su camisa, sorteando los vellos de su brazo, como en una carrera de obstáculos y pensó: “Ahora sé cómo sorprender a mi pequeña
amiguita. Le diré que estas cositas hermosas, equipadas con todo lo que todos tenemos: ojos, oídos, pies… pero tan pequeñitos, necesitan pilas indescriptiblemente pequeñas, para funcionar. Luego la invitaré a investigar dónde está la tapita de las pilas, quizás en su estómago, para saber cuántas necesita… y ¡de que marca son! y si su referencia es AAAAAAAAAAAAAAAAA (A17) o AAAAAAAAA-AAAAAAAAA (A18), etc. Entonces veré el asombro en sus ojitos y quedaré alimentado por toda una semana.”

Si, viajar, para el Mitriguesí es una tortura. Es como si al capitán Jacques Cousteau le llamaran de repente y le obligaran a abandonar una caverna que ha logrado iluminar a cientos de metros bajo el mar, que ha llenado de reflejos y donde ha empezado a entablar amistad con varias criaturas nunca vistas; y a ascender lo más rápidamente que permita la descompresión, para darse cuenta que en la superficie hay un clima horrible, y a tomar una lancha hasta la costa y luego tomar el auto que le está esperando, para terminar en una anodina oficina, esperando las preguntas de un nuevo administrador, las cuales realmente no merecen que él les gaste una sola de sus neuronas. INSOPORTABLE.

Para el Mitriguesí, su microscopio es un boleto de avión, su jardín otra Venecia. Además, sufren de ese síndrome, que ahora no me acuerdo cómo se llama, que lo enferma de vértigo cuando ve demasiada belleza junta. Jamás iría a San Pedro de Roma.


IX

Oh, profe mía, me preguntas si alguna vez un Mitriguesí sufrió un accidente. Pues, como decirte que ¿qué tipo de accidente puede afectar a quien no puede morir? Yo te diré: un clásico accidente, aunque temporal, es no poder llegar a integrarse. Quedar a medias, sólo faltando un poco, quedar, algo así como un Mitriguesí con dos cabezas. ¿Qué hacer? Pues nada, así hay muchos matrimonios. ¿Orar porque algo los divida? ¿Acostumbrarse a pensar todo dos veces? Aceptar humildemente que dos cabezas piensan mejor que una.

Me obligas, Moni, a exclamar: ¡Oh, Mitriguesí, se ha esfumado, por un instante en tu vida (por uno o muchos años) tu amada soledad! ¡Oh, corazón, pártete en dos, o vete con uno de los dos! ¡No puedes vivir así! Pero, calma, todo pasará, haz la paz con tu compañero o compañera, piensa en las ventajas… aunque las ventajas solo sean estrategias y no verdad…

Moni, piénsalo: saben tanto el uno del otro y se aman, pero ¡son tan distintos! Sienten que no hay espacio para dos en este mismo cuerpo. Piénsalo: al fin y al cabo, la gente no puede verlos como son. Parecen un matrimonio perfecto.

Entonces, podrían, deberían, les tocaría especializar su comportamiento, pero esto es tan doloroso, equivale a desintegrar la propia unidad. Calma, calma, se dicen: sólo serán unos años, adaptémonos, ¿no somos especialistas en esto?


X

Todo Mitriguesí tiene “su barquilla”. No la busca, ella lo encuentra. En medio de la tormenta o antes, cuando nubes oscuras y procelosas amenazan tu infantil existencia, la barquilla le encuentra y le acepta. No tiene ojos para verle de verdad, pero no le importa. Le ama como es y siente un deseo inaplazable de protegerle. Se ve en sus ojos, está enamorada, de no se sabe qué. No necesita protección, porque es fuerte, pero sabe que en cualquier caso daría muchas vidas por ella. Le ve con los ojos del corazón y ha quedado enamorada de su corazón. Puede recostarse en la tormenta, puede dormir plácidamente en la popa, mientras el tifón golpea. Ella es capaz con la tormenta, con cualquier tormenta mientras siga dentro de ella, mientras no le abandone.


Puede dormir plácidamente en la popa…


XI

A los Mitriguesí les encanta la soledad, porque en ella florecen, literalmente. Cierran la puerta de su cuarto, la trancan muy bien. Pues nadie puede ver que florecen. Ya habrán sospechado que su piel es como la de un camaleón. Entonces se tiran en la cama y dejan que su piel cambie de colores, si, colores en movimiento, como si las venas, como ríos recorrieran toda la piel, cambiando de intensidad. Nadie puede verlos. No lo soportarían. Pues a veces les salen pequeños pétalos de la piel, son flores y permanecen por instantes. A veces usan un espejo, para ver sus flores en la espalda, para ver si pueden convertir sus pétalos en alas.



XII

Cuando un Mitriguesí ha vivido mucho y suficiente en un mismo sitio, viaja, viaja mucho, a otro país, a otro continente… y olvida.

Los Mitriguesí no son hombres ni mujeres, o son hombres y son mujeres, pero no al mismo tiempo. Entonces, cuando deciden olvidar, sube, por ejemplo, un caballero a un bus que va muy muy lejos y al cabo de miles de kilómetros, se baja una dama. Punto.



XIII

No existen los Mitriguenós. O, mejor, sí existen. De alguna manera somos todos: los demás. Todos, de alguna manera los perseguimos. Pero sí existen unos perseguidores acérrimos de Mitriguesís. Son enemigos declarados y solapados. Y todos estos tienen una característica en común: son sociópatas.



XIV

Un Mitriguesí no puede parar de ayudar, de arreglarlo todo, es una obsesión. Entonces, un accidente, por ejemplo, pone a prueba toda su capacidad de adaptación, de camuflaje. En este momento el Mitriguesí tiene que ser muchos. La dificultad estriba en que no lo puede hacer delante de todos. Casi nunca hay tiempo para partirse en dos o en cuatro. Entonces opta por hacer teatro, aprovecha cualquier esquina para convertirse en otro, por ejemplo, oyes decir a un vecino cualquiera (tú no sabes que es un Mitriguesí):
“Sostenga aquí la pierna herida, no la deje mover, voy a llamar un paramédico conocido”. Luego desaparece detrás de cualquier árbol, de cualquier puerta y vuelve a aparecer convertido en paramédico… y así.



XV

Un Mitriguesí va por ahí. Nadie sabe que lo es. Déjalo ser, no lo espíes, no lo persigas, regálale una sonrisa, es su alimento. Pero, no te preocupes mucho, si tiene hambre y está desesperado, pueden coger a un niño a cosquillas, ¡y ya!
Les gusta hacer listas y listas y listas interminables; luego, revisarlas, ordenarlas… y, cuando menos te des cuenta, ya han chuleado casi todo.

Les encanta los trapitos húmedos, los lapiceros de colores que usan para anotar ideas “para profundizar”, cada vez que pueden se concentran como locos, en un artículo, en una canción, en un cuadro o en un invento; usan los lapiceros para clasificar sentimientos. Hacen planes baratos como ir a la biblioteca en bicicleta, con una carpa y comida chatarra. Aprovechan cualquier charco para echar a navegar barquitos de papel. Hacen sainetes para navidad (los empiezan a ensayar desde enero) y, sobre todo, enseñan a jugar a los niños el juego más hermoso y universal, aquel que pueden jugar toda la vida, se llama: “Las Inventaditas”.


tú, de manera muy divertida, pensarás que fue un espejismo, una alucinación pasajera


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