PRIMER CAPÍTULO Por: Zulia Rayo Anturi Mayo 12 de 2023
Salí está mañana. Tenía que estar en el pueblo a las nueve. Me gusta caminar mientras pasa la buseta, así reflexionó sobre mi vida. El peso del morral me parece enorme, ¡y cómo no iba a pesarme! allí estaba toda mi vida, representada en documentos qué tal vez me ayuden a salir de este abismo.
“NO SALE, PORQUE NO QUIERE”, he
escuchado esta frase muchas veces, pero se equivocan. Cuánta salida veo
factible, hacia allá voy. He intentado de todo, hasta lo más absurdo: nada funciona.
No es tan fácil como creen. “Nadie sabe
con la sed que el otro bebe”, me siento como el experimento con ratas en un laberinto;
en un punto les colocan electricidad; todas caen, hasta que aprenden a no pasar
por ahí. Cuando lo logran les cambian el lugar y vuelve a suceder… así día tras
día hasta que entran en apatía, se arrinconan y van muriendo una a una. ¡Estoy
en ese momento!
¡Recurrir al suicidio! Ya lo hice.
Otra frase que escuchó mucho: “ACÓJASE A
DIOS”, ¿¡DIOS!? Si en verdad existiera, cuando estuve “cogida de su mano” hubiera
conseguido respuestas. No fue así y no le di una oportunidad, fueron muchas.
Por eso cada Semana Santa que vivo admiro aún más a los escritores del
libro de mayor éxito de la humanidad: LA BIBLIA. Que ingenio para crear los personajes,
así como darles cualidades que siguen siendo creíbles tanto como vigentes dos
mil años después.
Uno de muchos protagonistas, le
adjudican un linaje de hijo de Dios, pero ¿Quién es la esposa de ese Dios? ¿De
dónde salió ese hijo? ¿Partenogénesis? Osea, ¿Dios es hembra?
En fin, para mí, Jesús fue: ¡si
existió!, el primer guerrillero, sufría por el pueblo, les daba de comer y
procuraba una mejor calidad de vida… como las desigualdades eran tan notorias,
iba seguido por una multitud, pisando callos a diestra y siniestra, hasta que
lo crucificaron… la mejor manera de volver al pueblo al redil.
Entonces, los “ilustres” escritores del
Antiguo y Nuevo Testamento hilaron la historia para hacernos creer que esté tal
Jesús muere por nosotros, para limpiarnos de los pecados, pecados que ellos
mismos inventaron para meternos terror además de eso tenernos sumisos aparte de
ignorantes.
De todas formas, asistí a otra
crucifixión… resurrección y en diciembre lo veré nacer para volverlo a matar en
la siguiente “semana santa”.
Tengo que encontrar ayuda, no quiero más
oscuridad, debo encontrar ese haz de luces al cual asirme como la tabla de
salvación en este mar de desasosiego. Logro algo de tranquilidad viviendo el
“AHORA”, el absoluto presente, el instante y ¡ya!
CAPÍTULO DOS
Por: Zulia Rayo Anturi
Junio 29 2023
Comienza la novena de aguinaldo de 1958.
Amelia, mi madre, a eso de las siete de la noche, sintió los dolores de parto,
salió a buscar a mi padre Dionicio, que trabajaba como mayordomo del casino de
oficiales del Batallón de Infantería Juanambú en Florencia, Caquetá. Al llegar le
comentan que es imposible que el señor Rayo salga, pues se encuentra atendiendo
una reunión. Mi madre entró en cólera y cómo dicen las parteras: se “pasmo”.
Iracunda se fue a su casa, atendió a mis dos hermanos mayores, Jaime y Farit y
se acosto.
A
eso de las tres de la mañana vuelven las contracciones, ya con mi padre en casa,
trae a la comadrona y por fin llegue a este mundo.
Salí de un vientre sufrido y maltratado,
con dos hijos varones vivos y dos perdidas por las malas condiciones de vida, ahora
escribiendo quiero reconocerlos, pues son mis hermanos y estuvimos en el mismo
vientre. Al primero lo llamaré: Iván, al segundo: Manuel. Hoy les digo que los quiero
como mis hermanos y pido perdón por no haberlos tenido en cuenta.
Mi madre, nació el 12 de julio de 1922
en Garzón, Huila, luego se trasladaron a Tarqui, donde mi abuelo Joaquín tenía
una finca con cincuenta jornaleros, a los cuáles mi madre desde los seis años tenía
que cocinarles, solo pudo estudiar hasta el segundo de primaria, a diferencia
de su hermana mayor, mi tía Cecilia que tuvo más oportunidades en todo por ser
la preferida de los abuelos.
Amelia de manera autodidacta aprendió
enfermería y en cuanto pudo la ejerció. Un día quedo embarazada de mi hermano mayor, sin
haberse casado y a
pesar de la vergüenza decidió tener a su muchacho. Dejó
a Jaime al cuidado de mis abuelos y se fue a trabajar a Palermo, municipio al
norte del Huila.
Frente al Hospital San Francisco de Asís
vivía mi padre. Un mozalbete 12 años menor que ella, y con todo el tiempo y la
desfachatez para seguir a mi madre hasta que la chantajeó con escarnio público
si no se casaba con él. ¡Cuenta mi madre que en la noche de bodas Dionicio se
fue a jugar trompo!
Ahora pienso: Los padres no sólo aportan
los cromosomas X’s y Y’s, si no que además heredamos esa carga emocional que seguimos
repitiendo generación tras generación.
CAPÍTULO TRES
Por: Zulia Rayo Anturi
Julio 13 de 2023
Y quien en su vida no ha arrancado sus
fotos del álbum familiar, queriendo borrar todo vestigio de su pasado. Pues, yo
lo he hecho más de una vez: No funciona. El pasado es cómo una marca con hierro
candente imposible de borrar, así uno haga una hoguera con todas esas fotos, ahí
seguirán cuál demonio burlándose desde el más allá. Hoy me puse a buscar una
foto que quería tomar como referencia para esté escrito y terminé, nuevamente, arrancando
todas las fotos donde yo aparezco. No las quemaré ¡creo!, aun no decido qué hacer.
Pienso en la foto que no encontré: fue
tomada el día de mi grado de bachiller, diciembre de 1977 en Bogotá, en la casa
que por fin tuvo Amelia después de tanto rogarle a la Santa Cruz todos los tres
de Mayo. La Santa Cruz la armaba con ramas de mirto, le colgaba una bolsita de
tela con cemento, ladrillitos, arena…
En mi habitación, sentada frente al
espejo del tocador, con mi uniforme del colegio: una falda escocesa prensada,
azul, negra y roja en fondo blanco, mi falda la había hecho yo misma, el dobladillo
sólo tenía un centímetro, ya que la Prefecta de disciplina a la hora del recreo
nos zafaba todo el dobladillo para que nos diera por debajo de la rodilla, la
mía, por supuesto, quedaba una cuarta arriba, blusa blanca y un buso en “V” azul
bebé.
Mi madre de pie detrás mio se reflejaba
en el espejo, llevaba un vestido café oscuro de terlenka, manga larga y cuello
redondo, rematado con un cuello blanco de piel de conejo. Conejo criado en casa,
su carne consumida en un sudado, que me negaba a comer porque ese conejo había
sido mi mascota.
Quería esa foto porque mi madre tiene un
rostro lleno de felicidad y orgullo, esa alegría tan esquiva para ella, se
reflejaba en sus ojos iluminados, su sonrisa plena mirando a su niña bonita hecha
señorita, ya bachiller y con toda la vida por delante.
Ella no sabía y nunca lo supo la
tormenta que yo vivía, lloraba casi todas las noches de pensar que sería de mi sin
los medios económicos para entrar a la universidad, pero, como siempre a pasado
en mi vida apareció un “ángel” que me ayudó a entrar al SENA, a una carrera
elitista: Administración Hotelera, era, creo, la única carrera técnica que no
necesitaba patrocinio, era para “hijos de papi” y yo estaba lejos de serlo, mi
padre hacía cuatro años se había ido de la casa con su nueva joven mujer, ya tenía
dos hijas con ella.
Volviendo a mi ingreso al SENA, me recomendaron
inventar una vida nueva para la entrevista. Planee decir que vivía en Sears,
ahora Galerías, donde vivía mi tía Cecilia y todo lo que conllevaba esa vida.
¡Desastre total! Fui al SENA de la
carrera 30 con calle 14, ya que nunca me llamaron, y cuál fue mi asombro que
ese día era la entrevista a las dos de la tarde.
Estaba a una hora de la casa y debía ir
a ponerme mi disfraz de chica rica, corrí como una desesperada: baño con agua
helada, no había tiempo de calentarla, porque colombiano que se respete no se
cambia de ropa sin antes bañarse y menos si va para una cita.
Alli estaba frente a un señor, al cual
le solté toda la verdad, porque en el correcorre se me olvidó decir lo ¡“maravillosa
que era mi vida”!
La llamada de mi “ángel” no se hizo
esperar, le dijeron que yo era una real mentirosa, que era imposible que una
señorita con esa presencia, viviera en el sursur, que su padre les pasara una
“limosna” por lo tanto la madre tenía que rebuscarse: haciendo costuras, poniendo
inyecciones, trayendo criaturas a este mundo y hasta ayudando a las mujeres para
que quedaran embarazadas…
¿¡Yo mentirosa!? No lo era, ni los soy.
¿Qué me quedaba? Seguir llorando.
A los días me dijo mi “ángel” que
después de tanto rogar me dejaron de tercer suplente de cinco, eso significaba
que tenían que renunciar tres personas de las treinta que habían aceptado. Gracias
a mi perseverancia en 1980 recibí el título de Tecnica en aDMINISTRACIÓN Hotelera.
Muy bella narración
ResponderEliminarGracias
EliminarLetras maravillosas que trascienden lo no dicho.
ResponderEliminarGracias
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