Una de mis mayores distracciones es observar el movimiento
de las personas. Hoy, lo hago desde la
ventana de mi casa que da perfecta vista al parque polideportivo, allí
encuentro construcciones adaptadas para practicar deportes o deleitarse
viéndolos.
Escaleras blancas forman el entramado del sitio desde el
cual se puede observar partidos de fútbol y otros juegos. Está cubierto para
favorecerse del sol y la lluvia.
Hoy, no hay juegos programados, sino solamente
practicantes de variados deportes.
En la tribuna, dos jóvenes mujeres caminan, dando la
sensación de estar allí solo para esperar que la tarde termine. Ya son las 5:20
pm, pero aun el sol resplandece y en el cielo se observan nubes que cambian su
color de blanco a gris, aunque no parecen presagiar lluvia.
En el verde y cuidado césped hay muchos jóvenes
divirtiéndose con el balón; a un lado sobresale una cometa verde-amarilla en
forma de ave, pero no muy elevada. Hacen el intento de darle vida, no lo
logran, no hay viento.
Pronto se unen los chicos para formar equipos; es bien
sabido que es mejor jugar entre muchas personas, aunque no se conozcan, pues el
juego los unirá y a lo mejor a algunos de ellos les llenará el vacío que puedan
estar sintiendo y por el cual llegaron allí; otros simplemente buscaban
compañeros de diversión y los encontraron.
A un lado, la cancha de tenis, también arreglada, acoge a
dos caballeros entregados a su partido que se percibe con euforia y aunque no
son los más expertos, a mi modo de ver, gozan con su práctica. Esto me da lugar a pensar que así debe ser:
disfrutar los momentos sin expectativas ni apelativos como los mejores, los
expertos, los futuros campeones. Simplemente, los que se divierten y aprovechan
su tiempo de manera sana y agradable.
A otro lado, dos canchas de basquetbol curiosamente
vacías. Y digo curiosamente por qué es sábado y se pensaría que hay muchas
personas, especialmente jóvenes y niños, que tendrían tiempo
libre para ocupar estos espacios.
Parece que prima el gusto por la pelota caliente como lo
llaman algunos, pues la pequeña cancha asfaltada para microfutbol está ocupada
por cuatro niños que hacen sus pinitos en el deporte.
Y... paro de contar. No hay más de 50 personas corriendo,
saltando, sudando, poniendo a prueba sus habilidades en un sitio bien dotado y cuidado,
pero desaprovechado un tanto los fines de semana a pesar de su gratuidad.
Talvez en estos tiempos para muchos es más importante ir al cine, al centro
comercial, divertirse con los juegos electrónicos. Cuestión de gustos y
costumbres, pienso.
Me anima más ver el parque de lunes a viernes cuando están
funcionando las escuelas deportivas y pululan niños y jóvenes en deportes, con
los gritos de los entrenadores tratando de hacerse escuchar en medio de la
bulla. Pero es un ruido agradable, lleno de alegría y expectativa, risas por
los triunfos y errores. Se siente vibrar la vida y la algarabía no molesta,
sino que, por el contrario, alimenta el ser.
Mientras escribo llegan las 6 pm veo que ya quedan menos
de 10 personas, lo cual es entendible por la hora.
La tarde empieza a caer y en el horizonte se observa el
frío reflejo del sol, tornándose de color amarillo turbio y algo rojizo en
medio de nubes azul-grisáceas.
Las montañas se ven azulosas y los árboles más cercanos
conservan su tono verde. Algunas aves sobrevuelan de vez en cuando seguramente
en busca de sus nidos y aunque estoy dentro de la casa, percibo el frío que se
acentúa en el exterior.
Mañana, cuando el sol salga en pleno, comenzará un nuevo
día para el parque que ahí permanece, esperando sus visitantes para que
disfruten de él.
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