Catacumbas *París, siglo XVIII* por ANA MARIA BOHORQUEZ
Las autoridades parisinas trasladaron los huesos de millares de personas a las canteras abandonadas en las afueras de la ciudad a causa de los problemas de salubridad. La explicación fue simple: “los cementerios no dan abasto; es necesario reubicar los cadáveres”.
*Comienzos del siglo XIX*
Conocí a Charles, mi esposo, a
los 19 años, cuando mis padres conocieron a los suyos y buscaban unificar el
negocio familiar. Charles era un hombre cariñoso, amable, respetuoso y fiel. No
fue difícil enamorarme de él. Pero a pesar de nuestro dinero, no pude evitarlo:
mi amado Charly murió en 1793 a causa de la viruela. Ningún médico pudo
salvarlo y tampoco pude, a mi pesar, darle sagrada sepultura, como él siempre
quiso.
La mañana del jueves 16 de
1785 fue un golpe para mí, quitaron los cimientos de mi suelo: ya no tendría un
lugar al que visitar a mi amado. Su tumba había desaparecido, junto con las de
miles más. Me enteré, más tarde, que sus restos habían sido trasladados a los
túneles abandonados de las minas. Me negué rotundamente y me seguiré negando a
que mi amado Charly se encuentre en un laberinto, cuyas paredes tienen el
recuerdo de muertos. Pero no había nada que pudiera haber hecho. Se tenía la
autorización del rey. Una vez reubicados los cadáveres, grandes grupos de
personas, quienes estábamos en contra, por supuesto, fuimos a ver qué quedaba
de nuestras familias. ¿Qué nos encontramos? Una placa tallada en piedra que
simula una mala broma:
Arrete ! C’est ici l’empire de
la mort
¡Detente! Aquí es el imperio
de la muerte.
Largos túneles serpenteantes,
cuyas paredes constan de tres hileras de huesos separadas por cráneos. Hay
muchos cuartos, criptas, pasadizos, construidos con huesos humanos: un largo
pabellón con los fémures de millares de personas, entre ellas, mi Charly; otro
pabellón de tibias, húmeros… Esos mismos huesos que, cuando mi esposo estaba
con vida, me abrazaban con amor. Se respira muerte, desolación, abandono…
¿El problema? El problema es
que no sé en dónde empieza ni en dónde termina su cuerpo. ¿El otro problema y
lo que más me da coraje? Es que nunca nos dijeron que lo harían: lo hicieron
durante la noche, por supuesto, para que nosotros, las familias, ni la iglesia
protestáramos. Si hubiese sabido que lo harían lo habría dejado descansar en
otro cementerio, aunque claro, la mayoría tuvo el mismo final… Lo peor vino
después: en 1809 abrieron los laberintos para visitas. ¡Já! ¡Mi esposo no es un
atractivo turístico! A partir de este año, era posible visitar el lugar con
cita previa y para nosotros, los que aún sufrimos la partida, sigue siendo un
recordatorio de la ausencia.
Y mientras mi amado Charly era
sepultado, la ciudad parisina se levantaba con las columnas del progreso.
¡Jamás perdonaré al rey! Sepultó, junto con mi amado, la admiración que sentía
por él. Mientras algunos recorren los laberintos, adentrándose en la historia
de la construcción de París, yo intento salir del túnel oscuro y moribundo que
trajo consigo la muerte de mi Charly.
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