Ráfaga de palabras por María Teresa Santolamazza
Antonia caminó hacia el baúl donde tenía guardados varios documentos, se colocó los anteojos y acarició la carta. Con un rictus amargo comenzó a leer: “Madrecita no quiero hablar del tema". Lo viste en televisión, “ha sido mi mayor vergüenza”. Se le humedecieron los ojos, dobló el papel y lo dejó sobre la mesa. Luego caminó despacio hacia la sala y le dijo a María, su amiga, quien siempre había estado presente en sus momentos difíciles:
- Sé que me lo has contado varias veces, pero he olvidado los detalles. Hoy particularmente tengo necesidad de volver a escuchar aquella historia: la de la última noticia que presentó mi hija en el noticiero del medio día.
- Recuerdo la imagen en el televisor, dijo ella, tu hija un poco alterada anunciaba: “última hora, damos paso a nuestra compañera en la calle, quien está con la mujer que alertó a las autoridades”.
Yo no comprendía lo que pasaba, continuó diciendo María, sin embargo, puse más atención a la noticia y vi como detrás del micrófono una testigo relataba: Caminaba sobre el andén, sin destino preconcebido, cuando escuché a través de la ventana la voz de una anciana que usaba palabras como: un nudo en la garganta, trompada en el estómago, armadura, el disparo, heridos. Inmediatamente, pensé si no habría allí alguien que podía ser o estaba siendo víctima de maltrato físico. Por eso llamé al canal de televisión. Lamento la conmoción que causé, yo solo intentaba evitar una tragedia”.
- Antonia, no te puedes imaginar como lloraba la pobre mujer, angustiada; mientras al fondo de la transmisión se alcanzaban a ver unas unidades de policía destruyendo la puerta. El camarógrafo hizo un zum y alcanzamos a ver, a través de la ventana, a una mujer de avanzada edad acompañada de un joven de unos 18 años. Al interior, no había rastros de violencia, quizás, al contrario, un despliegue de ternura en la escena en donde el chico contemplaba con veneración a la anciana. Creo recordar que de inmediato se escuchó la pregunta: ¿todo está bien?
La mujer de cabello blanco contestó: Más que bien, ¿por qué no habría de estarlo? Soy escritora. Estoy aquí como todas las tardes, contándole a mi nieto mis vivencias. Él quiere seguirme los pasos. Justamente hace un rato le hablaba de aquella vez que quise hacer parte del desafío de un colectivo argentino que buscaba “poner en palabras todo lo que se había quedado como un nudo en la garganta o una trompada en el estómago” y de cómo en esa ocasión tuve que rendirme sin haberlo logrado.
De manera imprevista, Antonia, la testigo de la calle, se acercó al micrófono, tomó la palabra mientras reflejaba extrañeza en su rostro.
- Pero ¿y el disparo?, ¿a qué se refería con lo del disparo y con lo de la armadura?, dijo.
- Ah, ¿es eso lo que ha causado revuelo?, se le escuchó decir a la anciana. Solo le contaba a mi nieto que el no poder pertenecer al colectivo argentino ha sido una de las experiencias más frustrantes como escritora. Máxime cuando en esa época sentía que estaba en mis mejores años. Yo me enfrentaba a cualquier texto y siempre salía victoriosa, pero justo el día del cual les hablo me enfrentaba a un escrito que, en medio de su rebeldía, no me dejaba avanzar. Recuerdo que lo increpé muy duro diciéndole: “así que allí estás, cubierto con tu armadura”. No lo creerán, pero su respuesta no se hizo esperar y, desde la página donde se resguardaba, desenfundó sus palabras y me disparó con una de ellas. El disparo fue tan fuerte, tan certero que me hirió dejándome marcada. Fue una sola palabra con su propio sentido. Con su sonido, con su significado. No, señores, aquí no sucedía nada diferente de querer rescatar mi historia antes de que la pierda para siempre.
- Esas fueron las últimas palabras de la testigo, comentó María. Luego de aquello sé interrumpió la emisión por cosa de segundos y retomaron con publicidad en el canal. Antonia se dirigió a la mesa, desdobló nuevamente la carta y se dispuso a leerla por completo: Madrecita, no quiero hablar del tema. Tal como apareció en la televisión, ha sido mi mayor vergüenza; reiteró. Tan pronto recibí la llamada, avisé a las autoridades y desplacé hacia el lugar de la noticia el carro móvil con los periodistas del canal. Mandé la nota como primicia de última hora. No podía creer lo que el reportaje mostraba, tuve que cortar las imágenes, la policía me increpó, mi jefe dijo que a partir del día siguiente quedaba cesante. No madre, No. No quiero exponer de nuevo mi deshonor, no dejaré los detalles por escrito, así que si necesitas más información sobre lo sucedido tendrás que escuchar lo que dicen los medios periodísticos del asunto. No me pongas a pasar por segunda vez por esta vergüenza.
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