SIN TÍTULO por yazo
1.
7:00 a.m. El silbato del tren despierta a todo Londres, el vapor que desprende, baña él
silencio de Inglaterra. Que desde aquel suceso no ha tenido actividad social, Las avenidas
Atlántico e Illinois se han quedado sin luz nuevamente, empiezo a sentir la sangre cruzar en
el borde del ojo, un día de mierda, comienza por vigésima vez este año. Decido salir de mí
casa para evitar que se aglomeren en mi puerta asustando a mi enfermo gato (Newton
Segundo odia el ruido y le sangran los oídos al escuchar sonidos demasiado fuertes), me
espera una muchedumbre.
- monsieur Frolure, - empezaba el Cortés y agresivo discurso de Mr. Jarcobar - ¿La
compañía está fallando de nuevo? ¿Acaso no prometió, al llegar aquí, ser la mejor?
compañía de electricidad, “La luz del mañana”? ¿no prometió la última vez que no
volverían a suceder dichos altercados?
- Ehhh - solté un monosílabo para cortar el silencio, pero al no encontrar nada , callé.
Las cuentas no me daban y no debería haber más problemas. Ya había sobornado y
pagado todo, estaba vacío. Llegó gritando Mrs. Baugh, había fallecido su esposo por la falta
de luz, él estaba conectado a una máquina que le daba vida, cómo podría saberlo yo.
9:00 a.m. Me arrojaron a las vías del tren, último silbato. Fin
2.
“Si no comprendo cómo los mundos flotan en el espacio, puede haber, pues, cosas en la
tierra también que yo no las comprenda”
Pretendía entender lo eterno
Maniobrarlo, moldear su seno
y extraer, vanidosamente,
su significado más profundo.
Presentaba mi intelecto,
cuál machos dominantes
en peleas previamente orquestadas
del fulgor más frenético.
Privilegie mis conceptos del cosmos,
del universo, de lo infinito
y me jacté codiciosamente
de lo perfecto.
Presentí, desafortunadamente,
la duda de lo más secreto,
lo diminuto se ha adherido a mis huesos
y el detalle devolvió los pies al suelo.
Precavido, exploraba el desierto de lo concreto,
me desconocí a mí, mi alrededor,
se me hizo extraño y desconocido
lo que estaba allí,
adentro.
Precisamente, queriendo abordar la inmensidad
de la biblioteca del saber,
ni siquiera las hojas en blanco quisieron quedarse
en las manos de tan desdichado ser.
3.
Tablero
Cántame el matiz de la voz de todos,
del sincero,
del personal.
Aquel que no puedo percibir yo.
Solo tú eres sincero a la verdad,
pero no me escupas, no me desprecies,
no me odies por no poseer tu virtud.
Te uso en mis manos demacradas,
sucias,
infieles,
deshonestas.
Y aparece, ante mis ojos vidríales, la frase:
El suicidio es el santo padre,
es la clave
y, por tanto, soy yo.
4.
Caminaba con los pies hinchados, cualquier líquido restante que quedaba en mi cuerpo bajó
totalmente y la piel se estiraba hasta perder el color.
Este camino, sin fin, es cruel.
Los brazos, a pesar de su tan pequeño tamaño y grosor, me pesaban enormemente,
quitarme uno fue una pésima decisión, pues ahora el balance del cuerpo se inclinaba por él
peso, la columna serpenteante desdibuja mi figura.
El camino, sin fin, no es justo.
La cabeza era indiferente al cuerpo, solo sentía golpes y sonidos de tambor. Me ofrecían
dejarlo, me obligaron, pero renegué.
El camino, sin fin, es una bendición.
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