Cárceles Invisibles: Prisioneros de Nosotros Mismos por YADIRA CRISTANCHO
Siempre me he preguntado en qué momentos de la vida la gente se siente presa, aun cuando tenga la opción de moverse a donde quiera.
Porque las rejas invisibles están hechas de
pensamientos oscuros, de memorias que ya no se pueden cambiar, de la ansiedad
de lo que vendrá. Nos mantienen paralizados, como si la vida estuviera detenida
en ese momento de dolor e incertidumbre.
Otras que,
por azares de la vida, terminan en la cárcel de encierro y castigo, con altas
paredes y limitados movimientos en los cuales deben cumplir estrictas normas, estáticos en un lugar, lejos de sus seres queridos,
esperando sólo que llegue esos añorados fines de semana para poder verlos, en
horas fugaces.
Pero
también hay otras cárceles sociales formadas
por las expectativas y normas impuestas por la sociedad. Esto incluye presiones
para cumplir con ciertos roles, como el éxito económico, las condiciones de
género o el conformismo. A veces, nos sentimos obligados a seguir caminos
preestablecidos por la sociedad, lo que puede limitar nuestra autenticidad y
creatividad.
Otros que, por dolencias del cuerpo o mentales, son
llevados a un hospital donde la libertad está limitada o por el peso de la
enfermedad o porque se necesita la orden médica para salir.
Volvamos a mi interrogante: ¿por qué nos colocamos
rejas invisibles? Es el caso de Adrián, estudiante universitario, de no más de
20 años, alto, de mirada triste y cabellos negros rizados.
No fue de inmediato su encierro. Empezó por no
compartir con sus compañeros de estudios, por no ir a clases. Sus padres
achacaron esa desidia al hecho de que la universidad estuvo cerrada por más de
tres meses debido a las protestas de los estudiantes que pedían mejores
condiciones sociales para el país.
Sin embargo, una vez abierta la universidad, Adrián
ya no quería levantarse, ni compartir en familia. Hacía no mucho tiempo de
haber terminado con Ana, su novia de años. ¿Es posible que, al alejarse de su
ser querido, ella se llevara consigo la llave de su libertad? Y con ella, todos
los sentimientos y la alegría de la vida.
Adrián se encuentra en una prisión sin barrotes
visibles, atrapado en una realidad que él mismo ha construido, a partir del
dolor de su pérdida y de la falta de sentido. Esta es una de las tantas
cárceles invisibles en las que nos aprisionamos: la del miedo a enfrentar el
presente, la nostalgia de lo perdido, y la inercia de no querer salir de lo
conocido. Cárceles que construimos en
nuestra mente y que son las más difíciles de ver y de escapar, porque muchas
veces somos nosotros mismos quienes, inconscientemente, mantenemos cerradas las
puertas. La libertad, en última instancia, no siempre está en lo físico; está
en nuestra capacidad para trascender el dolor, el miedo y la incertidumbre, encontrando
sentido en lo que somos y en lo que podemos ser.
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