La Gema por Gloria Amparo Cortés Forero

 Estábamos degustando un rico café con una queridísima amiga, en un sitio acogedor de un pueblo sabanero.  Pronto noté que mi compañera observaba detenidamente el cuello de una mujer, en él pendía una joya en el que se destacaba una piedra de color verde que proyectaba visos que llamaban la atención.

Guardé silencio. Su rostro se transformó paulatinamente, sin entender lo que le sucedía, carraspeé para sacarla del letargo, por lo que reaccionó de inmediato e hizo un comentario del que yo esperaba ansiosa, entonces dijo. – “quiero seguir esforzándome en mi trabajo, pero nunca tendría una piedra de esas, ni siquiera las llamadas gotas de aceite”, refiriéndose a la esmeralda más valiosa en quilates. 

- ¿Por qué?, si con una de estas se podrían tener lo que quisieras.  Su respuesta fue inmediata.  Quizá fui la primera persona con la que se sinceró, pues era muy discreta con su privacidad.  Dijo ella, -fuimos muy prestantes en la tierra esmeraldera, gozamos de propiedades, de fiestas y festines por lo alto, en una sociedad donde el dinero mandaba, pero también existía el miedo y la desconfianza de todo y de todos en este medio.  Continuó diciendo, -yo era la mayor de mis cuatro hermanos y debía responder por ellos, fue una imposición de mis padres mientras se ocupaban de los asuntos sociales y de negocios. 

Mi amiga dice, - “familia esmeraldera” fue una marca fuerte para nosotros, razón por la cual se corrían inesperados riesgos que nos acercaban a umbrales peligrosos como familia.

Continúa diciendo, -el tiempo me dio la razón, pude comprobar lo efímera que es la riqueza.

Mi padre hizo muchos negocios, como también fue un hombre lleno de amantes y buena vida; años más tarde después de la muerte de mi madre, salimos desplazados acarreando la independencia de nosotros los hijos porque nos casamos, mi padre fue envejeciendo, para este momento ya estaba muy disminuido y quedando solo. 

-Tiempo atrás fue un hombre de carácter recio, robusto y necio; nunca dio razón de su fortuna, lo único que sabía fueron las angustias y hambre que aguantamos en sus largas ausencias a casa, pues las piedras no servían de alimento.

-La suerte de mi padre iba cada vez en decadencia, entre nosotros sus hijos lo turnábamos y dábamos una cuota para su sustento.  Una vez me atreví a preguntarle, -padre, ¿qué pasó con su fortuna?, ¿solo le quedó ese anillo que luce con recelo?, él un poco avergonzado y con la cabeza gacha me contó en confianza que, conservaba unos papeles que lo acreditaban como propietario de unos terrenos en una ciudad.

Mi amiga seguía con su mirada lejana, tratando de recordarlo todo, la sensación que tuve era que no quería omitir detalle alguno, -ciertamente mi padre murió a la caridad de todos sus hijos, las propiedades que decía, seguro eran fruto de su demencia senil, pues los galenos así lo habían diagnosticado, por tanto, no hice caso de ello.

Días después en sus pertenencias, bien escondidas estaban los dichosos títulos, mi padre dueño casi de un barrio, terrenos que se lo quitó la corrupción en las mismas oficinas del gobierno.

Finalmente, mi padre murió sin dinero, desplazado y defendiendo un anillo con la piedra verde que alguna vez le mantuvo su ego, su poder como dueño y señor, el mismo que le pude ver a un cuñado en su mano, quien no dejó enfriar el cuerpo de mi padre para arrancárselo y lucirlo como un trofeo durante el sepelio del viejo. Ella convencida dice -¡Las obras quedan, lo demás se va!.

Y como si se hubiera quitado un peso de encima la vi degustando su café como nunca, con la tranquilidad de haber descargado las pesadas cargas de la vida.

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