Ella era una persona muy trabajadora, amorosa y
responsable. Gracias a su esfuerzo logró montar un restaurante en una zona
popular a donde acudían especialmente empleados y empleadas de las fábricas,
talleres y negocios de la zona. Era tal el prestigio del restaurante que tuvo
que contratar empleados adicionales, comprar más vajillas y cubiertos y
acondicionar el lugar para poder habilitar más mesas, en fin, logró tener un
restaurante próspero que le permitió proporcionar una buena vida a sus 3 hijos.
También logró comprar una buena casa, matricular a sus hijos en buenos
colegios, llevarlos de vacaciones 2 o 3 veces al año y darse otros gustos.
Después de algunos años de disfrutar de
una buena vida en compañía de su familia, desafortunadamente se enfermó y a
pesar de los tratamientos médicos, al poco tiempo murió dejando a sus 3 hijos,
aún muy pequeños, de 7, 9 y 12 años.
A la muerte de ella, el papá de los niños no supo manejar
la situación. Sumido en la tristeza y el alcohol, perdió el patrimonio que la
señora había conseguido a tal punto que ni siquiera se preocupó por volver a
enviar a sus hijos al colegio. Debido a que también perdió la casa donde
vivían, tuvo que llevar a vivir a sus hijos a lugares con muchas limitaciones,
eso sí, nunca los abandonó.
Con el tiempo sus hijos supieron al
comentar lo sucedido con un abogado conocido, que habían podido demandar y
recuperar la casa que había comprado su madre, pues era un bien de menores y no
se podía haber vendido, pero como el negocio de venta lo había hecho el padre
de los niños, él podría ir a la cárcel por haberlo hecho. Los hijos nunca
quisieron demandar, el tiempo había pasado y ellos habían logrado con su
esfuerzo construir hogares estables y gozaban de una buena vida.
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