POR ANGELA MOYANO
Tenía una cara redonda, mejillas rojas, una hermosa niña con una mirada perdida.
Cada noche se tenía que encontrar en su cama, con la prueba de voluntad, aprender a
soportar el dolor, y sentir las noches lentas, noches para curar su cuerpo, pero para que un
¿Cuerpo? Cuando su alma se rompe en las noches eternas.
La acompañaba ese osito de color rojo, que la miraba con dulzura, y le ofrecía su mano para
sostener la batalla que venía, mama le daba el besito de buenas noches, la mira con amor
y precisión, y le dice: es por tu sanación.
Lo intentaba, pero los minutos se hacían largos, los músculos se dormían, el osito la mira.
Pero no puede más..
No grita, en palabras, el silencio prima… intenta llegar al amanecer..
El amanecer no es el mañana, allí en el alba el cuerpo grita y sus manos la liberan sin
ninguna pausa, sí, ninguna duda, ¿qué más da?.
Cada noche, una batalla, cada día la niña, un poquito se va..
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